Critica

Critica: Arte de juzgar de la bondad, verdad,y belleza de las cosas.

sábado, 28 de julio de 2012

Evita y el Che:
 http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-199772-2012-07-28.html

Hablar de Evita es como hablar del Che, porque los dos tuvieron esa decisión casi brutal de decir lo que se piensa y hacer lo que se dice. O sea todo lo contrario a la hipocresía.
Cuando vemos la careta de la sociedad, siempre nada es lo que parece. Por ejemplo decir que se está de acuerdo con algo y hacer lo contrario. Cuando la hipocresía se convierte en la matriz de un sistema de funcionamiento social quiere decir que se ha podido divorciar la palabra de la vida. Se ha podido lograr así que la palabra no comprometa, que tome un camino independiente al que toma el que la pronuncia. En esa disociación está la base de una sociedad hipócrita.

Por eso habrá siempre una fuerte atracción de los jóvenes hacia los referentes que demuestran que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen. Hacia los que asuman un pacto entre las palabras y el hacer al punto en que ambos serán lo mismo. Es casi el examen más difícil que deberán soportar los referentes que quieran atraer a la juventud. Esa puede ser parte de la explicación del poderoso magnetismo que han sentido varias generaciones hacia las figuras de Evita y del Che. Ellos fueron jóvenes, desinteresados, apasionados, justicieros, mártires de sus causas y además totalmente transparentes, se los puede reconocer a través de lo que dicen y de lo que hacen, no ocultan cosas en el clóset ni en la trastienda, son iguales a sí mismos por el lado que se los mire.
Aunque parezca un contrasentido, seguramente para ser así sus personalidades deberían ser bastante complejas, además de intensas. Pero la complejidad es una cosa y la hipocresía es otra. Si eso opera en sus personalidades, funciona igual sobre la realidad.
Entre todos los aspectos parecidos entre las figuras de Evita y el Che –que seguramente se hubieran sacado chispas entre sí de haberse conocido– está por supuesto esa imagen de llamarada justiciera, pero al mismo tiempo, así como Evita reconocía la conducción de Perón, el Che tenía muy claro, y lo repetía una y otra vez en sus discursos, que la conducción de la revolución cubana era Fidel. Y lo repitió más todavía en su mensaje de despedida, cuando se alejó para iniciar su proyecto continental, una carta que fue leída por el mismo Fidel para que ese alejamiento no fuera usado como un desplante del Che a la revolución.
Desde la contrarrevolución se ha tratado también de separar y oponer la figura del Che con la de Fidel a partir de las diferencias y discusiones que seguramente tenían como sucede en los procesos de la realidad. Por eso el Che se preocupaba siempre por dejar en claro su respeto al lugar de Fidel.
“Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti en los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario”, le dice en esa carta el Che a Fidel y más adelante destaca el orgullo que sintió junto a Fidel y el pueblo cubano durante la crisis de los misiles.
En esas frases, que a muchos les podrán parecer sobreactuadas, está esa misma evaluación del militante político sobre la importancia del proyecto colectivo por encima de lo individual, así como la necesidad de mantener la fuerza de masas como condición indispensable para sostener el proceso revolucionario y la función casi irreemplazable en esa tarea que tiene el constructor y líder de esa fuerza.
En todo caso, esa complejidad en Evita y el Che, en procesos tan diferentes pero con cargas parecidas, los enaltece aún más en la inteligencia de reconocerse como parte de procesos colectivos que van más allá de sus suertes individuales y que en esos procesos hay roles diferentes, incluso más importantes que ellos mismos.

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